La sientan en el estrado y sin hacerla ningún tipo de pregunta comienzan el juicio. La acusación comienza su teatro particular, mirándola fijamente, cuestionando su físico, esa manera que tiene de sentarse de forma chulesca con las piernas abiertas les revienta, ¡eso no es propio de una señorita de su edad! piensan, y comienzan la valoración. Esa sonrisa y esa mirada peligrosa que quizás esconde a la más dulce de las personas o a una de las más hijas de puta que te puedas echar a la cara. Sus gestos, su forma de poner las manos cruzadas debajo de la barbilla apoyándose en la mesa y esperando a que alguien empiece a cuestionar, esa manera impertinente de mirar que tiende cuando una situación le parece más cómica de lo normal.Ahí está ella, con sus rizos cayéndole por los hombros, sus labios manchados con un precioso carmín y ese chaleco vaquero que enseña sus brazos desnudos, y la juzga la princesa del lugar, la que lleva una trenza hacia un lado, un vestido blanco de encaje, zapatos de tacón y los labios desnudos a cualquier color.
Cariño no me juzgues sin antes haber pasado una noche conmigo, tumbados en una manta en el claro de un bosque mirando las estrellas, sin haberte quedado viendo una película conmigo mientras me tumbo y me quedo dormida en el sofá, sin haberme visto como nadie me ha visto ni me verá...No te hagas la princesa, tú se la has chupado a tu novio tantas veces como yo al mío.
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